En 1887, en París, durante la III República se subastó la colección conocida como “Los Diamantes de la Corona” que contaba no solo con diamantes sino también con otras piedras preciosas que habían pertenecido a la corona. Esto amputó vertiginosamente el patrimonio nacional francés.
Es una buena reflexión para estos días, en que se pone en cuestionamiento la inalienabilidad de las obras de las colecciones públicas, recordar lo sucedido en Francia a propósito de las joyas de la corona. Hagamos una pequeña revisión histórica.
Fue el rey Francisco I de Francia que aisló un pequeño grupo de ocho Diamantes de importantes dimensiones que se encontraban en su posesión engarzados en diversos anillos y a los que declaró inalienables. A partir de entonces se precisó por testamento que los Diamantes debían pasar a los sucesores del trono de Francia y que en cada nueva coronación se debían inventariar delante del nuevo monarca con descripción de peso, color y tamaño. No solo hubo Diamantes, también se sumaron a este grupo de gemas algunos Rubíes, pero la colección pasó a la historia a través de los siglos como los Diamantes de la Corona. De todas maneras la reducida colección inicial tuvo un crecimiento sustancial con cada nuevo soberano que adjudicaba a los Diamantes de la Corona más ejemplares de gran esplendor.
El Rey Sol, un gran amante de las joyas
El salto decisivo para formar un muestrario comparable con las grandes colecciones de joyas del mundo lo dio sin duda Luis XIV quien compró por la suma de 3 millones de libras de entonces (una inmensa fortuna) una espectacular variedad de Diamantes y otras gemas entre las que se encontraba el mítico Gran Zafiro, conocido hasta entonces como el “Zafiro Ruspoli”, – ya que se encontraba en propiedad de esa noble familia italiana, de quién Luis XIV lo adquirió – y el Diamante Azul conocido como “Grand Diamant Bleu de France”, de siniestra fama, belleza y color.
En situaciones de crisis las piedras preciosas fueron vendidas para luego ser siempre recuperadas.
Durante la revoltosa semana del 11 al 17 de setiembre de 1792 el tesoro de los Diamantes de la Corona se vio seriamente mermado debido a un impresionante robo ocurrido en esos días pero con la asunción de Napoleón I como Emperador de Francia la colección recobró su esplendor contando en 1814 con 65.072 Piedras Preciosas y Perlas de todos los tamaños, la mayoría de ellas montadas en alhajas de gran valor. El inventario de la época refiere la existencia de: 57.771 Diamantes, 5.630 Perlas, 424 Rubíes, 66 Zafiros, 235 Amatistas, 547 Turquesas, 24 Camafeos, 14 Ópalos y 89 Topacios. Los Diamantes de la Corona fueron expuestos con enorme suceso en la Exposición Universal celebrada en Parías en 1878 y renovadamente en la Sala de los Estados del Museo del Louvre en 1884.
La subasta
Pero tiempos tormentosos se avecinaban para la famosa colección. No es que la III República necesitase de refuerzo pecuniario. El carácter simbólico de los Diamantes de la Corona era lo que atemorizaba a la todavía frágil república que temía una probable restauración borbónica. De esta manera optó por una medida draconiana, decidiendo subastar la colección para evitar de esta manera que el tesoro pudiera ser dispuesto por los pretendientes en un hipotético retorno de la monarquía. El principal propulsor de la subasta fue el diputado Benjamín Raspail que no cesó de luchar hasta conseguir aprobar la ley en 1882 que permitía la subasta.
Con gran dificultad se consiguió la autorización de conservar algunas pocas gemas y perlas emblemáticas en el Museo del Louvre, entre ellas el Diamante conocido como “El Regente” de 140,50 quilates y tallado a cojín y el Rubí “Cote-de-Bretagne” que se trata en realidad de una Espinela de 107,88 quilates.
La subasta se efectuó en la Sala de los Estados del Museo del Louvre entre el 12 y el 23 de mayo de 1887. Y fue un fracaso financiero sin precedentes. Las piedras preciosas y joyas fueron vendidas sin tener en cuenta su contexto histórico, dato de importancia crucial a la hora de la evaluación de una alhaja. La colección que se estimaba en un valor de 8 millones de Francos Oro tuvo un precio de salida inferior a los 6 millones. Si bien se consideró la operación decepcionante desde el punto de vista financiero podemos hoy afirmar que desde el punto de vista histórico, mineralógico y cultural fue un desastre sin precedentes dada la calidad y las dimensiones de algunas de las piedras preciosas que ya no se han vuelto a encontrar, además de esparcir en manos privadas verdaderas obras de arte de la orfebrería histórica francesa. Se hizo todo lo posible para que las piedras preciosas perdieran para siempre su identidad al vender las piezas de los conjuntos por separado y en algunos casos desengarzando las gemas.
Los adquirentes fueron en su mayoría joyeros de gran prestigio como Boucheron, los hermanos Bapst, Tiffany’s, quienes acabaron por desmontar la mayor parte de las joyas reutilizando las piedras preciosas en nuevos diseños.
El esfuerzo de recuperación
Por su parte el Museo del Louvre y la “Asociación Amigos del Museo del Louvre” se han propuesto desde años recuperar la mayor cantidad posible de ejemplares de joyas y gemas que formaron parte de los Diamantes de la Corona.
Es así como en 1973 el Sr. Claude Menier donó al Louvre el famoso par de brazaletes que formaban parte del conjunto de Rubís y Diamantes de la Duquesa de Angulema y que adquirió Tiffany’s por la suma de 42.000 francos.
La corona de la emperatriz Eugenia de Montijo fue donada al Louvre por el Sr. Roberto Polo en 1988.
El conjunto de oro y mosaicos romanos de María Luisa de Austria fue adquirido por los Amigos del Louvre en una subasta pública en el 2001. La diadema de Esmeraldas y Diamantes de la Duquesa de Angulema la adquirió el Museo del Louvre a un coleccionista privado inglés. El suntuoso broche en forma de nudo con dos borlas de Diamantes que Napoleón III encargase al joyero Kramer fue adquirida por el Muso del Louvre en el 2002 en una subasta de Christie’s (Nueva York) por nada menos que 6 millones de euros.
Y un cofrecillo con 78 Diamantes que perteneciera al rey Luis XIV y que se encontraba en la colección privada del estilista Yves Saint-Laurent fue adquirida por el Museo del Louvre en una subasta de Christie’s en el 2009 por 481.000 euros.
¡La caza del Museo del Louvre por recuperar las piezas de los famosos Diamantes de la Corona no ha terminado!