Esta historia sobre la Corona británica me sabe a espionaje, intriga y aventura. Pero se trata de la verdadera historia de lo que sucedió con las joyas de la Corona británica durante la segunda guerra mundial.
Durante muchos años el lugar donde se ocultaban las joyas reales de la Corona británica, fue uno de los secretos mejor guardados, a la espera del fin del conflicto bélico. La idea de que la colección más importante del mundo, motivo de orgullo nacional y símbolo de tradición de los británicos, cayera en manos de la barbarie nazi, erizaba la piel de los británicos en general y en particular de quienes se encontraban al mando en Reino Unido. Por esta razón, se decidió buscar un escondite que se mantuviera en estricto secreto, del cual sólo conocerían su existencia las personas de extrema confianza del rey, quienes podían contarse con los dedos de una mano.
En las décadas que siguieron a la victoria de los aliados, hubo un sin fin de hipótesis sobre el sitio donde se había ocultado el tesoro de la Corona británica. Se habló de túneles y cuevas en Gales, de un escondite en Canadá, de un misterioso transporte en avión – que resultaba más arriesgado que dejar el tesoro en la torre originaria -. Se insinuaron depósitos en las profundidades del mar y un hipotético escondite en el corazón de India. Cuanto más herméticos se mostraban los políticos, más fantasiosas eran las historias que aparecían. Finalmente el tesoro sobrevivió a la segunda guerra y la Reina Isabel, luce sus coronas y cetros en los actos de estado que los requieran.
¿Pero donde fueron escondidas entonces las joyas? En realidad, a causa de otra historia, se ha conocido definitavemente el escondite del tesoro. Y es tan poco espectacular que hasta da risa: ¡un pequeño recinto con una trampa en los aposentos del servicio en el castillo de Windsor!
Pero lo más gracioso es la manera en la que esto salió a la luz. Fue a causa de una investigación del escritor Colin Brown en el libro “Operation Big, The Race to Stop Hitler’s A-Bomb”, centrado en la hazaña del intrépido Conde de Suffolk, quien en 1940 robó un cargamento de agua pesada a los nazis destinado a generar energía nuclear para abortar así los planes de Hitler de fabricar la bomba atómica. Con la ayuda de dos científicos franceses consiguió apoderarse de veintiséis bidones trasladados por los alemanes a Burdeaux.
Una serie de cartas encontradas por Brown durante la investigación le llevaron al escondite de las joyas. Una es del general Maurice Taylor, asesor militar del Ministro de Abastecimiento, quién le escribía a Lord Wigram, secretario privado del rey Jorge VI.
En ella el general Taylor contaba que estaba buscando un lugar seguro donde esconder los bidones: “Me he devanado los sesos para hallar el lugar más seguro para esconder el cargamento y la conclusión es que el mejor lugar sería una pequeña cámara en las profundidades del castillo de Windsor”.
En una carta posterior de Owen Morshead, bibliotecario del castillo de Windsor, al Ministro de Abastecimiento, el bibliotecario decía que los bidones habían sido escondidos en el mismo lugar donde ocultaban las joyas de la corona. Y añadía que el rey estaba al corriente.
Morshead era una persona de confianza de Jorge VI y a él le fue confiada la tarea de guardar las joyas. Fue un héroe de la Gran Guerra, condecorado con la Cruz Militar, a quien Colin Brown describe como “el alma de la discreción”. Morshead era también el guardián de las cartas secretas que Eduardo VIII intercambió con Hitler antes de abdicar en 1936 a favor de su hermano, que se convertiría en Jorge VI.
Insisto que la historia tiene sabor a espionaje y me gustó tanto que decidí proponérosla en nuestro blog. No se trataba nada menos que de encontrar un escondite para la colección de joyas considerada ¡la “más valiosa del mundo”…!